Lise Akoka, Romane Guéret, Francia, 2022

FESTIVAL D’A BARCELONA, 23 marzo-2 abril 2023

                                                         Crítica de Véronique  Gille

Duración: 96 min.

Año: 2022
País: Francia
Dirección: Lise Akoka, Romane Gueret
Guion: Lise Akoka, Romane Gueret, Elénore Gurrey
Música:
Fotografía: Eric Dumont
Reparto:
Johan Heldenbergh, Matthias Jacquin, Loïc Pech, Mallory Wanecques, Dominique Frot, François Creton, Angélique Gernez, Esther Archambault, Timéo Mahaut, Carima Amarouche, Mélina Vanderplancke
Género:
Drama. Comedia. Cine dentro del cine.

Los Peores es una película terrible. No, no es una película de terror, pero es aterradora. Aterradora por su captación de espectadores y su demagogia. Aterradora por su voyeurismo y su contrasentido. Ciertamente, esta película tiene un tema sociopolítico candente: la vida cotidiana de jóvenes preadolescentes y adolescentes en una barriada -la barriada Picasso– del norte de Francia. Un director pidió a los peores de estos jóvenes que rodaran una película. Este largometraje es triste, tan insoportablemente triste a pesar de las sonrisas y las risas esbozadas por los actores que hacen de actores para su mayor bien y nuestro mayor mal. Mal. Malestar. Sin lugar a dudas. Dilemas y peleas se suceden hasta donde alcanza la vista frente al espectador, pegado, clavado en su asiento frente a tales imágenes a veces provocadas por los propios adultos.

Mal. Malestar. Morbo. Ya sea que hablen, respondan preguntas, jueguen o guarden silencio, estos jóvenes siempre están en guerra. Guerra de palabras, guerra de gestos, de movimientos, guerra de pensamientos, guerra de sentimientos… sin fin.  La  cámara  los mira, los escruta y no hace nada. Lo cierto es que los fragmentos de realidad que la película arrastra a su paso salpican nuestra cómoda cotidianidad. Pero, ¿debe el espectador sentirse responsable de esta realidad en cada imagen? No hay personas inocentes. Por supuesto, es bien sabido que los adultos no entienden a los adolescentes y viceversa. El mismo estribillo de la antigua Grecia.

Sin embargo las cineastas quieren ostentar un surtido de emociones por medio del objetivo de sus cámaras, pero lo que queda de las tomas es la violencia verbal y gestual, los insultos, el lenguaje edificante de pobreza y el lenguaje silencioso de los sentimientos. Seguramente, la película pudo haber sido conmovedora, incisiva, hasta subversiva, disruptiva y más, pero no es nada de eso a pesar de los muchos temas que trata: la educación presente y ausente, la identidad, la cultura o falta de cultura, la integración, las relaciones humanas, el irrespeto, la convivencia… La falta de afán de conocimiento de estos jóvenes levanta una valla tan alta que nadie la puede saltar. Así es como Gabriel, el director de la película y cuyo papel interpreta desigualmente Johan Heldenbergh, se encuentra  frente a un cuarteto formado por dos niñas, Lily y Maylis, y dos niños, Ryan y Jessy, individuos con sensibilidades epidérmicas, paradójicas y abruptas.

Y nada funciona, nadie escucha. Se debe suponer que Lisa Akoka y Romane Guéret querían mostrar niños tan solicitadores que se vuelven conmovedores, suaves y vulnerables, pero al final son aburridos. La película es pues una sucesión de gritos, crisis, tensiones, malentendidos, intrusiones rechazadas. Gabriel se encara a una juventud con un futuro más que incierto y se entera de su intolerancia, su ingratitud, sus -a veces insuperables- dificultades de comunicación. Choque cultural o aculturación, trampa de desliz en la que cae el personaje-director obstinado, desconcertado, afectado y que no parece tomar la medida del peligro de ruptura, porque toda su atención se centra en el mero hecho de filmar su obra.

La exclusión se vive a ambos lados de la cámara, ya que Gabriel rechaza la resignación que sólo provoca violencia en Ryan y Jessy. El precio que recae sobre el director y el espectador se compone de insultos homofóbicos, rebeldía perpetua y los excesos inconscientes (¿o inconscientemente aprendidos y retenidos?) del lenguaje que se vuelven asfixiantes. El desmesurado cuarteto recrea el mundo que aborrece y desdibuja nuestro umbral de tolerancia. Nunca se reprime en sus arranques de violencia e ira, por el contrario, a veces incluso se animan. Las chicas gritan a otras chicas, los chicos todavía negocian la longitud de su pene… La auto vergüenza de unos y el parloteo de los demás.

¿Conocen los personajes el verdadero significado de las palabras? ¿O simplemente están usando palabras grabadas, escuchadas en su memoria desde sus primeros años sin que nadie les diga el significado exacto de esas palabras? Las palabras van entonces a la guerra y se trata de conquistar un poder que no pueden tener fuera de la barriada y sobre todo de tener la última palabra. Los planos-contraplanos de la cámara que filma, ya sea al director Gabriel, o a los jóvenes en una dinámica interactiva, crean una fuerte y desagradable tensión. Esta cámara se precipita con los personajes en el agujero negro de su vida cotidiana. Pero pronto la película se resquebraja, porque se convierte en cine artificial, forzado y ensamblado desde cero, una película donde las secuencias emiten sonidos discordantes.

El mensaje de la película es que se acepta la marginación y automarginación de estos jóvenes que cuestionan perpetuamente lo que se les pide. Sin embargo, otro mensaje se desliza en la filigrana: ¿nuestra buena conciencia, decente y sumida en la culpa, necesita ser salvaguardada de esta manera? La respuesta -sensible, conmovedora y realista- la dan quizás las trabajadoras sociales que actúan como hormigas obreras para intentar reconstituir el tejido social desgarrado de la barriada. Las directoras posan la cámara, hacen ensayar a los actores, luego captan en el acto las imágenes de un pseudo cine-verdad para transmitir un mensaje al espectador, ese ávido de sensacionalismo, sentado en su mullida butaca.

Pero lo que vemos es una renuncia, una impotencia. Las lágrimas no ahogan la violencia ni la ira y quedan preguntas: ¿qué será después de estos jóvenes, qué será de los habitantes de la barriada Picasso después? ¿Somos todos culpables? ¿Estamos todos cambiando para peor? La película tiene cuidado de no dar ni siquiera el principio de una respuesta a los problemas que esgrime. ¿Es este el papel de los cineastas? Sí, cuando ellos -en este caso, ellas- quieren trazar los contornos de un cine social y político. La última escena de la película que quisiera mostrar la irrupción de la emoción (¡por fin!) no genera nada, nada de nada. Ninguna emoción despega, ya que sólo se trata de montar una película.

Para ver versión en francés pulsar aquí.